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lundi, mars 24, 2014

La austeridad

hablo de austeridad no en en sentido de algo decidido, la ascésis de vida, si no en el sentido figurado, una austeridad más cerca de la pobreza interior. Sigo sin entender cómo se toma como modelo una sociedad tan precaria, tan sometida a las reglas brutales del mercado. Una sensación que he sentido recurrente ha sido la de estar siempre en deuda, o sentir que todo, lo más mínimo (en términos de bienestar), es un privilegio. Como si no fuese una sociedad de derechos sino de entregas, de regalos, de compensaciones, de obligaciones humillantes y sometimientos. Nada está libre de ese intercambio mercantil, ni siquiera las amistades que se debaten por mantenerse  a flote en medio de la necesidad de subsistir, de protegerse de una precariedad que amenaza siempre con caer sobre nosotroas.

Yo ya dije que el lenguaje se ve afectado por esta constante amenaza, ya no dialoga ni escucha, solo repite  e inventa mantras para protegerse, el lenguaje, se vuelve supersticioso.
Eso solo lo veo una vez aquí, desde lejos idealizo, estetizo, me invento ficciones.
Es tan poco delicada la relación entre los unos y los otro.as, sobre todo la relación de los hombres con las mujeres, de lo que hablaré en mi otro blog, que te deja paralizada. Las mujeres están más solas que nunca, más sometidas, y más limitadas en sus acciones, es casi claustrofóbico.
Ayer paseaba por las calles de San Isidro, calles aseptisadas, vacías. donde nadie camina. Algunos edificios surgen de pronto con su fachada nueva, funcional, ignorando la vida. Siento que esta sociedad se concibe cada vez más, la vivienda, etc, como un centro de servicios, un punto neurálgico de capitales que ignoran a las personas, una ciudad deshumanizada, cada vez más fría. Y más ecléctica, no se ocupa el espacio (la vegetación es otro tema) sino el el hábitat como espacio funcional y no de vida.
Creo que si estuviese con mis amigos arquitectos, tengo varios, plantearían el problema de la piedra, el cemento (se dice que en sociedades miedosas, a punto de caer en la crisis, todo el mundo construye), que nadie crítica salvo excepciones.

de la crítica interpretada como ofensa

resulta que la crítica, para un país que tiene tantas fracturas en su identidad, que trata de salir a flote con todas estas amnesias históricas, que no se ve, que no se quiere, termina siendo una ofensa. El ego circula por todas partes, y se golpea con cualquier objeto. Tal vez sea objeto y no sujeto. se me ocurre solo ahora.

Hay una resistencia feroz a la crítica, un no querer verse. Había olvidado la brutalidad de las discusiones, el conflicto de las relaciones, que no son relaciones, son comunicaciones truncadas, que abortan antes de llegar a su receptor (a)...

Busco un espacio donde entrar en relación con los pliegues de la ciudad, con otro movimiento menos despersonalizado, más encarnado.

Pero, como existe el miedo, el discurso cada vez más reaccionario de la "inseguridad", se hace imposible encontrar fluidez en los movimientos. Me doy cuenta a qué punto la gente no habita su espacio exterior, vive encerrada con la sicosis del robo, el asalto, la violación. Hay un porcentaje alto que se muestra inclemente contra esa "dixit violencia", el mismo discurso de la violencia en Venezuela que termina criminalizando al mismo gobierno Si aquí no se ha llegado a ese extremo, es porque nadie lo ha dicho, pero temo que sea una nueva versión de las fobias y miedos colectivos que buscan "chivos expiatorios".
Intuyo que esta vez cierro una página con el Perú. Una del tiempo, del pasado-pasado.
Entrada a la verdadera adultez
Releer a Lou Andréa salomé... ir a comprar un libro suyo. Luego ir a ver el mar, ir a las artesanías, liberarse de la gripe que es una respuesta a las agresiones del lenguaje, de algunas miradas.
Una construye y construye.
Una imagen me viene a la mente, la de una película de los hermanos Taviani, unos jóvenes han construido un hermoso castillo de piedras preciosas en una playa, cuando la gente pasa, lo ve y siente mucha cólera porque sabe que no podrán construir uno así. De pronto, alguien avezado, pasa, lo mira, y le ordena a otro: quémalo.

tal vez esa austeridad impuesta no permite ver ningún castillo, menos los castillos interiores de los que hablaba Teresa de Ávila en esta tierra austera de mi país.

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